sábado, 6 de junio de 2015

"Alguna vez, de pronto, me despierto:
 Un dolor me recorre tenazmente,
 un dolor que está siempre, agazapado,
 por saltar, desde adentro.
 Entonces tengo miedo.
 Entonces, me doy cuenta que estoy sola
 frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
 lleno de mis imágenes,
 de rostros polvorientos.
 Estoy sola, pero siempre estoy sola:
 Es lo único cierto.
 El amor era un huésped,
 la soledad es siempre el compañero
 que permanece al lado, inconmovible.
 Lo único seguro, verdadero.
 Oigo mi corazón, vieja campana
 que dobla y que golpea,
 que rebota en las sienes y en la nuca
 y en la boca y los dedos.
 Es cierto, tengo miedo.
 Miedo de no poder gritar, de pronto,
 de que ya sea demasiado tarde
 para un ruego.
 La costumbre ahoga las palabras
 y alarga el desencuentro.
 Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
 perdidas, sin recuerdo,
 tantas palabras que no fueron dichas,
 tantos gestos.
 Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
 fue una ardiente rebelde,
 se desolló las manos y la vida
 por defender los que creyó más débiles.
 Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
 era dura, malévola,
 avara de ternura, con la boca
 mostraba su desprecio.
 Alguien dirá: Y cómo sonreía...
 Qué importa
 lo que vendrá después del gran silencio.
 Claro que tengo miedo.
 Así, en la madrugada
 mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
 abro las manos en la sombra dulce
 para atrapar mi soledad, de nuevo,
 y me quedo a su lado, sin moverme,
 con los ojos abiertos
 la vida detenida.
 Toda mi sangre es un temor inmenso."





Julia Prilutzky

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