Estaba sola, real, aplastante, desgastantemente sola. Por donde
sea que dirigía la mirada, encontraba lo mismo, NADA, la nada espesa, la niebla
enceguecedora. De vez en cuando, si cambiaba de posición terrenal, se topaba
con un paisaje lúgubre, radical. Caminaba muy
poco y se enredaba la mente frecuentemente, era una especie de masoquista encantada
con su estado, encantada y un poco resignada; muchos años habían pasado desde
que el pesimismo la tomó por sorpresa y se vio envuelta en caminos que no
llevaban a ningún lugar. Laberíntica, carente de cordura, religiosamente
predispuesta. Cuando se desesperaba, corría haciéndose vagas hipótesis escapistas;
quizá viables, quizá neuróticas, ¿qué más da?, nada podía ser menos cuerdo que
estar presa, envuelta,exhausta. Gritaba, berreaba (como se diría
coloquialmente, porque sólo esa palabra podría describir el acto que hacía,
llorar no era suficiente, ella se desprendía de sí misma entre lágrimas, se le
salía el alma y de paso, uno que otro demonio, del cuerpo), pataleaba,
sucumbía, gemía, golpeaba, se arrancaba el cabello y las vestiduras y
finalmente caía desesperadamente insatisfecha al suelo, soportando el frío, agitada. El día 1354 fue complicado porque despertó al mundo y justo
sobre su cabeza volvía a estar el sol, ese maldito decidió ponerse ahí, para
echarle en cara que era libre y ella no, para recordarle que existía la luz y
que no todo era la maldita realidad a la que estaba sujeta; maldijo y escupió
para arriba, porque su poca cordura le hizo asumir que pegaría al sol, fíjese
pues, cómo estaban las cosas en su mente; como era de esperarse le cayó esa
acumulación de fluidos bucales en la cara y maldijo de nuevo. Pasaron muchas
horas hasta que el desgraciado cuerpo celeste, se jactó de la desgracia ajena y
se fue dando paso a los sucesos que hicieron del día,peculiar. La chica se
recostó sobre el suelo helado y se dejó llevar, descansó un rato y se perdió
entre sus sueños que eran una caja de monerías, siempre soñaba lo mismo y se
despertaba en medio de todo, carcajeándose, veía casi cada noche a un mono
andar en bicicleta, que la invitaba a subir y a escapar, pero no era un
trayecto terrenal sino que ascendían como un transbordador; ella subía
gustosa mientras el mono contaba chistes sobre la estupidez humana y
refunfuñaba porque algún científico descabellado se había atrevido a decir que
esta raza mediocre y nefasta provenía de sus antecesores y de una cadena
evolutiva que no podía tener que ver con humanos. Ella escuchaba atenta y
callaba, sólo reía, pero el sueño acababa cuando el mono quería atravesar un
agujero negro y pedaleaba más rápido mientras la chica no podía sujetarse más y
caía, en ese brusco ajetreo ella despertaba intrigada por saber si algún día
atravesaría el agujero y despertaría en otro planeta. Mientras eso pasaba
seguía su vida, y continuando con su día, tras el sueño gracioso, se le acercó un
cuervo que sólo tenía intenciones de mofarse, de bailarle en la cabeza y
volverla más loca; hizo sus sonidos, la atemorizó y ella corrió por todo
el laberinto, mientras manoteaba inútilmente esperando ahuyentar al inmundo
animal, que se divirtió hasta que le dolió la panza y decidió irse. Asustada y
con el cabello vuelto un nido, caminó en busca de comida,
caminó horas y encontró algunas hojas que parecían comestibles, hojas que más
tarde la hicieron desvariar. Canciones de Pink Floyd se reproducían mientras
imágenes mandálicas y distorsionadas se llevaban su mente por trozos y la
plantaban en una realidad cósmicamente psicodélica, morada, azul, amarilla, roja,
gris y verde; palpitante, exasperante y eterna momentáneamente. Jung
seguramente habría dicho que en ese viaje, estaba encontrándose a sí misma,
perfeccionándose, yo creo que era al contrario, estaba perdiéndose,
entregándose a los sentidos. En su cabeza había un festival pero si quiere
saber cómo se encontraba físicamente hablando, pues estaba saltando como Heidi,
muerta de risa y sintiendo la magia. Cuando el encanto la soltó bruscamente
sobre unas ramas, ella quedó inconsciente unas horas y al despertar entendió
que la única salida era ella misma, el laberinto lo construyó con sus manos y
sus desdenes; se dejó llevar, se dejó perder y cuando quiso huir solamente
encontró una mándala laberíntica, que siempre fue su mente. A esas alturas ella
se había acostumbrado y no tenía deseos de volver a toparse con la gente, así
que se implantó definitivamente en el laberinto y canta, corre, ríe, escribe en
alguna piedra, se burla del cuervo, se recuesta bajo el sol y lo saluda
anímicamente para que la visite más a menudo.
-ANGIE CAROLINA ERASO JARAMILLO