lunes, 28 de junio de 2021

Fugit animi

 

De todas las cosas que he amado en la vida, pocas han resistido a la fractura inmisericorde de la eventualidad.

Aún amo, por ejemplo, el olor del café en las mañanas y el tacto sobre las páginas del libro. 

Amo además, el roce del lápiz en la hoja -aunque paralelamente se incruste la daga filosa del verso, mientras profiero gritos inaudibles desde la autoflagelación-. Porque  no se escarba en la plenitud sino más bien en la hondura y la herida.

Así, no se está cómodo en la heladez del silencio y, aunque se resanen y se tiñan los muros, de un blanco virginal para ocultar los garabatos que dejan las historias, en esta edificación que soy y habito, en el fondo de mis conspiraciones: todo lo manuscribo.

Quizá por eso, también amo el temblor de las manos ebrias de añoranza y me acurruco entre percepciones prestadas por el tiempo que ni siquiera existe y sin embargo, eclipsa con sus manijas del espacio y el miedo.


No voy a decir que amo realmente lo que digo que amo pero, si he de escoger una equivocación afortunada, la escritura es posición, aunque  trato de enterrar con la pala del verso, lo que no es dable y me dejo ir con el paso de los dedos de Einaudi sobre el piano, preguntándome si puedo esconderme entre la caja de resonancia y el bastidor, para salir después, en forma de nota siendo algo más que pulsión caligráfica que abruma sentidos.


Amo que en el pozo hondo de la poesía me sumerjo y el alma huye de la solidificación acostumbrada de amargura. 


-ANGIE CAROLINA ERASO JARAMILLO.