miércoles, 29 de julio de 2015

Sin orificio de salida.



Suena(s)


 Esta mañana, al despertarme,
 creí que llovía.
 Luego abrí la ventana y no,
 no era lluvia,
 eras tú,
 que te alejabas,
 que ya no volabas,
 que ya no estabas.
 Y ya no pude volver a dormir.

 Yo que siempre pensé
 que besándote te hubiera convencido:
 a ti de quererme,
 a mí de no dispararte,
 pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes
 para alguien que desprende primaveras
 al abrir las alas,
 ni siquiera versarte los labios cada mañana,
 ni quitarte el frío de las manos,
 ni cargarte a mi espalda
 mientras me rompo el cuello intentando mirarte
 -si supieras lo que echo de menos mirarte,
 casi tanto
 como a ti-,
 ni ser el preludio de tu música,
 es decir,
 de tu risa,
 no fue suficiente abrirte mi carne
 para que la llenaras de la tuya
 bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara,
 ni llamarnos de mil maneras diferentes
 con el único propósito
 de ser únicas
 la una para la otra.

 El mundo se dio cuenta
 de que cada vez que venías
 yo adelantaba las manillas del reloj
 para ver si mi futuro llevaba tu nombre,
 de que te robé todos los relojes
 para que así no agotaras tu tiempo conmigo,
 y destrozó mis horas,
 el muy cabrón,
 como quien aplasta lagrimales,
 y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas,
 a la pared vacía,
 a tus mañanas entre mantas sin horario,
 pero la habitación se llenó
 del jet-lag que sufren mis sueños
 desde que abandonaron tu cama,
 y todos los intentos de sostenernos fueron en vano,
 de repente la vida pesaba demasiado
 y tú eras más grande que la lluvia.
 Y no fue suficiente para mí,
 y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos.
 Yo, que te llené de palabras,
 me cansé de que las tuyas solo fueran de ida
 y no pude evitar mirar la última página,
 donde tu pelo ya no estaba.
 Donde mis dedos ya no estaban.
 Y leerte despacio
 para engañar al reloj,
 dejó de funcionar.
 Y silenciar el temblor de mis manos
 para que no te fueras,
 solo hizo más ruido.

 Eres tanto
 que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día
 no resulta suficiente.
 Y eso no es culpa de nadie.

 Así que perdóname
 por no conseguir
 que fuéramos suficiente.
 Por llenarte el cuerpo de adioses,
 vestir mis dedos de balas
 y dispararte
 -aunque te lleve tan dentro
 que dispararte a ti
 sea como dispararme a mí,
 pero sin orificio de salida-,
 por empujarte hacia el abismo de mis labios
 y suicidarte antes
 de olerte,
 por odiarte un poco
 porque llueve
 y no vas a aparecer,
 porque mi reloj ahora solo me diga
 que es hora de marcharme,
 por sacarte de mis ojos
 para poder dormir,
 por quedarme
 a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra
 sabiendo que no volveremos a desnudarnos,
 y después irme.

 Perdóname,
 por no encontrar otra manera de salvarme
 que no implicara abandonarte.

 Y aunque esto sea un poema triste más,
 tienes que saber
 que hacerte el amor fue como empezar una frase,
 y terminarla.
 Abandonarnos ahora
 es dejar inacabado el poema.

 Pero recuérdalo,
 una vez al día
 te cambiaría por toda la poesía.


-Elvira Sastre

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