...Vivo entre los colores, en constante movimiento, como los
colgantes de Calder, soy un hombre libre y feliz, libre porque soy valiente y
feliz porque dejo que actúe el corazón antes que intervenga la cabeza.
Con mis libros y mis canciones le doy alegría y paz a la
gente, le contagio el amor a la vida, la animo, la excito para que se anime, le
ilumino el alma y el corazón (nada como el silencio que continúa al aplauso de
bienvenida, nada más cálido que esos hermanos, habitantes de la sagrada
oscuridad del teatro, que serán mis compinches durante las dos horas del
concierto, o tal vez para siempre).
Aquí en el Quinta Real de Guadalajara, reina un silencio de
ajedrez en la noche que, lentamente, va ocupándolo todo, desde mi suite
(confortable, propicia para escribir, ideal para leer a Italo Calvino) a los
cuidados jardines del hotel , la noche que avanza por las calles de Guadalajara
llenando de sombras a las casas y a los automóviles, la noche que debilita a los
mercados y a los carteles, la que enciende a los amantes y calma a los viejos,
la que entristece a los trenes y hace desaparecer al lago de Chapala, la noche
que hace más misterioso al bosque alegre, la que avanza para cubrir pueblo tras
pueblo, la noche indiferente al tiempo (si es que no son la misma cosa), la que
duerme a los pájaros y a los perros pero hace oír más a los ríos y los arroyos,
la que enmascara a las iglesias y transforma a las cárceles y a los monasterios
en fantasmas, la que cruza los cementerios para ser, por un instante, el espejo
de los muertos (el arco iris se hace a un lado cuando pasa la noche, que
hechiza a los búhos y excita a los murciélagos), la que es el manto del mar,
una caricia de la eternidad, la noche que para Homero y para Borges era todo el
tiempo, por eso ellos son para siempre porque no hay mejor musa que la noche
donde, cabalmente, caen todos, pero solo los que quedan de pie alcanzan la
poesía, por la que sabemos todo, por ejemplo que todo es lo mismo cuando llega
la noche, momento final, propicio para las promesas entre las sábanas, cruel en
los manicomios y los hospitales, la noche que le tatúa sirenas a las
borracheras de los marinos, que llena de mujeres a las cabezas de los tímidos,
que hace que cualquiera llegue al fondo de su memoria, la noche que llena de
oraciones a los agradecidos y a los temerosos, la noche donde los jazmines
vuelan y las mariposas vuelven a ser hojas del árbol que, entre otras cosas,
nos dio la prosa para que podamos contar lo que jamás entenderemos porque
entonces seríamos árboles, es decir dioses.
La noche avanza para hacer de todas las ciudades una sola
selva y de todos los barcos un gigantesco bote tripulado por un pequeño hombre,
un ciudadano que por temerle a todo se quedó solo, la noche que nos acerca al
infinito, es decir a la nada, la noche que me recuerda los puertos de mujeres
generosas, la noche que calla a las plazas donde tocan lo mismo las bandas de
siempre, donde los viejos esperan la muerte y los jóvenes al amor (en la plaza de
mi pueblo recordábamos a los que se habían ido, que nunca regresaron, lo que
nos hizo sospechar que, más allá del pueblo, estaba el paraíso, poblado por
hombres plenos y mujeres doradas).
Juan José Arreola llega al paraninfo de la universidad en
una silla de ruedas que empuja el Rector, y después de un poco de vino comienza
a recordar, por ejemplo el día que Neruda fue a su pueblo a oírle recitar sus
poemas, es decir el día en que Neruda fue a Zapotlán el grande, donde Arreola
se crió entre chivos, puercos y pollos, el Arreola que después del francés fue
encuadernador, corrector y editor de libros de Rulfo y Cortázar, este querido
Arreola que cree que a los ochenta años merece más compasión que premios, este
apasionado y apasionante amigo que sugiere que, entre todas las cosas, hay que
escoger a la belleza porque nos lo da todo, entonces recuerdo a Mallarmé, que
murió hace cien años, el padre de la poesía moderna en Occidente, el que alguna
vez escribiera: "Nombrar un objeto significa suprimir las tres cuartas
partes del goce de un poema, que consiste en el placer de adivinar poco a poco.
Sugerir, he aquí el sueño!"
Mallarmé fue un poeta tan puro que sentía como una
desvergüenza la vida cotidiana, los asuntos mundanos, por eso le costaba tanto
la convivencia. Para él, la poesía era un oficio sublime, sagrado, por eso hay
que estar dispuesto, atento todo el tiempo (para él, el diálogo solo tenía un
sentido comercial), es decir que Mallarmé creía en el arte por el arte (solo
existe la belleza, decía, a la que solo puede expresar la poesía).
Mallarmé quiso recrear al mundo con las palabras, y para eso
se apartó en busca de la perfección sonora, del poder de la magia.
Escribir es despertar recordando el sueño, es más, las
palabras me despiertan, voy cruzando la vida por un río torrencial de palabras
que me hacen verlo todo para declararlo todo, vivir todo para contar todo, y la
memoria bien entrenada, me lo recuerda todo, lo del lado de la vida y lo del
lado del sueño, por eso cada línea que escribo es un despertar, esta misma
línea, un despertar excitante porque pueden llegar muchas cosas detrás de una
línea, es como que el libro llega en fragmentos, como la vida se va completando
de instante en instante (en la memoria está la eternidad, fragmentada).
Los dioses me confían secretos en los sueños, los muertos me
cuentan sus historias, tantas que me despiertan para que las escriba (Platón
decía que la verdad nos es revelada en los sueños, y que si al despertar no los
recordamos es porque todavía no estamos preparados para semejante regalo). En
el sueño nos es cercano lo Divino, por eso, en la vigilia, algo más grande
parece escribir a través de nosotros, además el sueño es lo más privado que
tenemos, nuestro verdadero y exclusivo mundo, donde nada ni nadie nos limita el
vuelo, hasta Dios parece más grande porque es para uno solo. Despierto, todo es
de todos, por eso la poesía no es tan poesía ni la música tan música ni los
mares tan mares. Dormido, la poesía es más poesía porque solo yo estoy atento a
ella y la música es más música porque nada me distrae de ella, y el mar es más
grande y cercano porque entiendo lo que me dice, como los delfines se entienden
con las altas inteligencias que hace siglos nos visitan, que son, aunque no nos
demos cuenta, nuestros ángeles de la guarda en el Universo (en el sueño está mi
mundo, y lo más excitante es que no me pertenece, ¿quién quiere ser dueño, amo
de un sueño, que viene y se va cuando quiere?).
También hay sueños que podemos provocar con los datos más
fuertes de la vigilia (una mujer, una bahía, una lectura intensa), sueños donde
se completan esos regalos, donde llegan a su punto más alto, entonces, al
despertar, tendremos más conciencia de nuestra suerte.
En el sueño, el viaje siempre está dirigido, amorosamente,
por la mística (la mística es el sueño de la vigilia, como el silencio es la
eyaculación de las palabras), y los que nos acompañan en ese vagabundeo por la
vida onírica nunca se enteran en la vigilia...
Facundo Cabral
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