miércoles, 29 de julio de 2015
Escribirlo no es conocerlo.
No te quiero decir adiós.
Entiéndeme,
me resisto a dejarte ir
porque siempre has sido todo lo que venía después,
y ahora que te vas
se me caen de las manos los mañanas contigo.
Escribo sobre la tristeza
solo porque le tengo un pánico aterrador
y no quiero que me sorprenda,
pero luego me imagino sin ti
y la hija de puta me deja con los pantalones bajados
de una hostia
mientras me dice:
'escribirlo no es conocerlo.'
Entonces el invierno
se me atornilla en la garganta
mientras tú te vas
y yo,
yo me pierdo.
Y de repente Madrid es la ciudad más grande del planeta.
Voy a tientas por la vida,
buscando puentes cercanos
porque el suicidio siempre fue la huida más poética,
callejones sin salida
para poder llenarme las manos de excusas,
corazones empezados
para no tener que darles el mío,
camas a las que no me quedo a ver bostezar
para evitarme soñar.
Me enseñaron a escribir
y se olvidaron de explicarme cómo usar las palabras,
mis intentos fallidos
dejaron el amor y mi valentía tirados en la cuneta,
y soy capaz de gritarte que te quiero
mientras corro en la dirección contraria.
Cualquiera te diría que no soy recomendable,
y estaría en lo cierto.
Pero ellos no saben
que a pesar de que la palabra huida me ajusticie cada noche
y el miedo que me atora sea de los más temibles
-esos que no tienen nombre-,
aunque huyera de ti asustada cada vez que cerrabas los ojos,
aunque solo sepa desnudarme ante un folio
y contigo solo sea capaz de quitarme la ropa,
aunque nadie supiera ver
-ni siquiera yo-
que eras mi cura,
aunque no supiera lo que quería
solo sé que quería que estuvieras tú en ello,
porque tenerte conmigo
fue como recuperarme,
ser consciente
de que mi miedo quedó herido de muerte
al verme de tu mano,
mirarte fue creer de nuevo en las ventanas
-las que dan aire-
y coger aire para besarte
siempre será la mejor manera de besar que existe.
Nunca hubo tanta paz en mi vida
como aquel día
que apoyada en tu regazo
me contaste tu infancia.
Lo confieso, pensé:
ojalá mis hijos sean como ella
y lleven su alma.
Ahora todos mis mañanas se han quedado
sin hueco en tus semanas,
no me esperas
pero estás preciosa cuando no lo haces,
no estás al otro lado
y yo tengo que dejarte ir de mí,
también,
tampoco,
porque te mereces un mundo sin final
y batallas ganadas,
una paz que lleve tu nombre
y alguien que te lleve al cielo,
que es lo único que está a tu altura.
Yo, por mi parte,
te diré que te entiendo,
y lo respeto.
Dejaré mi verdad a los poemas.
-Elvira Sastre.
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