viernes, 15 de abril de 2016

Reproducciones inesperadas


La noche comenzó con un sorbo de tequila reposado y la torpe decisión de pintar mis uñas,un poco ebria.

Tenía,sobre la mesa, una torre inmensa de libros que jamás leí y ahora, menos que nunca me placía leer. De cuando en vez,los ojeaba pero sin demasiado cuidado, violentamente y con prisa. Eran un altar a mi ego y a mis patrañas vivenciales. Los tenía a mi lado para jactarme y sentirme lo que nunca seré. En el espacio mínimo y restante, tenía siempre un par de hojas en blanco que ya no recibían tinta sino polvo y algunas cenizas;sobre ellas, posé  una de mis manos y con la otra, saqué del cajón un esmalte rojo. El licor que bebí, -sin afán de embriagarme-,hizo temblar mis manos y derramé el rojo sobre mis piernas. Me sentí inútil y pegajosa, maldije y me tiré para alargar la rabieta. Cuando sentí el piso frío rozando mi mejilla izquierda, una imagen asaltó mi mente y la amordazó con fuerza, no pude deshacerme de eso que no me atrevo a solo llamar ''recuerdo''. Ojalá uno pudiera seleccionar y eliminar las imágenes desagradables o demasiado nostálgicas para no partirse con el hecho superficial de sentir fría la mejilla, regarse el esmalte o embriagarse absurdamente con una copa de tequila. Ojalá pudiera arrancarme ese instante de remembranza pero es imposible; por eso escribo mientras dura mi apetito de olvido.
Cuando retomé la imagen de mi cara contra el suelo,muchos años atrás, sintiendo no sólo el frío en la mejilla sino en todo el cuerpo, me desesperé pero no pude ponerme en pie, me sentí atraída por alguna fuerza extraña y abrí los brazos,resignada,esperando lo peor. Reproduje en mi mente melodías argentinas setenteras y el álbum fotográfico imposible de revelar. Crucé fronteras y me transporté en el Renault 4 de la familia, que rodaba entre pueblos,los fines de semana. Me fui de a pocos y me instalé,casi sin sentir el viaje, en el pasado melancólico de los zapatos con lodo y la tierra mojada. Me sumergí en la piscina sin saber nadar y me abrí la ceja subiendo las escaleras,recibiendo un par de puntos y una regañiza,como recompensa. Volví a ver a mi abuela,sonriendo a pesar de sus molestias y encontré a mi abuelo comiendo gustoso un helado de máquina. Conocí a mi padre y percibí su tristeza. Pero lo que más me molesta,no es la melancolía sino el breve lapso en que me vi, bajo la cama, llena de miedo, escuchando gritos y tarareando canciones mientras en el cuarto de al lado, se lidiaban las batallas. Recordé mi sentimiento, las lágrimas, el frío. Sentí la impotencia y los fantasmas.
Me sacudí con ira y abrí de nuevo los ojos en el momento exacto, sin infancias, sin matices, sin arrepentimientos aparentes.
Una maldita secuencia de errores que me plantó de a pocos en las crisis pasadas, en donde siempre hay espacio para el miedo y uno, realmente, no puede ver nada.
Maldito rojo y maldito frío, ¿cuánto habrá de pasar para que se me acabé el espacio y se formateé la memoria?.
Pálida y escurridiza,fugitiva y sin antojos, miraba desde el suelo, los libros, -sin mirarlos, en realidad-. Aplastada por una remembranza de minutos y la torpeza habitual.

Me paso la vida evadiendo momentos y de la nada, un breve instante, vuelve todo a mí,sin aviso;recordándome lo que creí olvidado.

Así de paradójicos son los sucesos.

-ANGIE CAROLINA ERASO JARAMILLO.

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