martes, 27 de abril de 2021

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 Quiero dejar de escribir, quiero renunciar, darme la vuelta y pretender que jamás encontré refugio en las tormentas ¡maldita sea la hora!, maldita la designación del espacio que me puso junto al lápiz y  me aplastó contra el papel. Yo nunca más me pertenezco y es por eso que me siento torpe, lenta, insatisfecha si no hago lo que mi alma elige y mi mano derecha impulsa.


Ahora que lo pienso, podría intentar escribir a 2 manos, hacerlo lento y a destiempo, con más garabatos que aciertos pero sería un suicidio porque, dicen que ese peligroso ejercicio despierta y activa ambos lados del cerebro y, serían más eternas mis noches y darían más vueltas por entre las ranuras de mis sesos las ideas y escribir, titilaría y martillaría aún más fuerte y sería yo, más imprecisa e inexacta sin estos versos que nunca riman -porque ofendo a León de Greiff- pero carezco de melodías y escupo lo que siento. 

Mi tiempo -que es poco-, se distribuye entre lejanas percepciones y se consume con los suspiros del mediodía en que resuelvo pensar más en cada grano de arena que existe para comprender  la infinitud de las desdichas (en lugar de sentarme a contar los dientes de león que se desprenden en partículas en pos de su esencia, sin dejar de ser fascinantemente unificados).


Diría que los truenos me aturden (porque llueven a cantaros) y que asumo esto como un castigo, una señal del Juez Supremo, enojado por mi redundante visita a lo imposible. 

Pero: No hay en el trueno más manifestación que la de la fragmentación del silencio que viene siendo una metáfora y un llamado a salir de la zona de confort. 

He de decir que no encontré conforte en callar y contrario a ello me sentí miserablemente cadavérica, casi percibiendo el nauseabundo olor que expelen los cuerpos inanes, proveniente de esta resignación enferma que me da trompadas para despertar.



-ANGIE CAROLINA ERASO JARAMILLO

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