“¡EXCRIBE!”- Me ordena el infeliz.
Como si por excritura se entendiesen una serie de escupitajos, un cúmulo de necedades, un ir y venir de la mente. Como si no tuviese yo que dejar mis ojos en los rincones de la casa y deshacerme de mis labios para fluir sin intervenciones.
Me pide que excriba sin percatarse de lo que su mandato trae consigo.
-“EXCRIBE, EXCRIBE, EXCRIBE. Pare, salta, baila tus dedos sobre el teclado o el papel. EXCRIBE, ¿no escuchas?, ¿acaso estás muerta?. ¡EXCRIBE, carajo!”-.
Yo lo veo sin verlo, sintiendo ira y al mismo tiempo ternura porque siente que puede revivirme, que puede confundirme para despertarme. Siente que las cargas de este cuerpo le competen y que puede llevarlas sin mayores perjuicios.
Quiero besarlo pero también me provoca patearle los testículos.
Quiero correr a sus brazos pero también estar sola.
“EXCRIBE”- me dice, el infeliz.
¿Por qué no mejor te acostumbras a que abandone la tinta?, ¿por qué mejor no te largas con una que escriba como vos y me dejas en paz?. ¿Es tan difícil entender que si me ordenas que excriba no voy a hacerlo?. Es como si dijeras corré, mientras me quiebras las piernas.
¿Para qué quieres que haga garabatos en una hoja si te van mejor las canciones y disfruto más cantar?.
Dices que quieres que viva pero ¿quién te dice que se puede sólo cuando excribo?
Un momento...
Todas estas líneas han pasado excribiéndote y ni siquiera existes.
Comprendo todo.
-ANGIE CAROLINA ERASO JARAMILLO
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